El Profeta Jonás Y Su Misión En Nínive
El profeta Jonás es uno de los personajes más conocidos del Antiguo Testamento, tanto por su desobediencia a Dios como por su experiencia dentro de un gran pez. Su historia se narra principalmente en el libro que lleva su nombre, el quinto de los doce profetas menores. En este artículo vamos a estudiar quién fue Jonás, qué le mandó Dios, cómo reaccionó él y qué lecciones podemos aprender de su vida.
¿Quién fue Jonás?
Jonás significa “paloma” en hebreo y era hijo de Amitai. Fue un profeta de Yahveh que vivió durante el reinado del rey de Israel Jeroboam II, a mediados del siglo VIII a.C. Según el libro de 2 Reyes 14:25, Jonás profetizó la restauración de las fronteras de Israel, que fue realizada por Jeroboam II hacia el 782-753 a.C. Es posible que Jonás fuera uno de los “hijos de los profetas” instruidos por Eliseo, el sucesor de Elías (2 Reyes 6:1-7).
Jonás es también uno de los profetas del islam, donde se le llama Yūnus. En el Corán se menciona su historia en varios pasajes. El Corán confirma que Jonás fue enviado a Nínive y que huyó de su misión, pero que luego se arrepintió y fue salvado por Dios.
¿Qué le mandó Dios?
Dios ordenó a Jonás que fuera a la ciudad de Nínive, la capital del imperio asirio, para anunciar su juicio por sus pecados. Nínive era una ciudad muy grande y poderosa, pero también muy cruel y violenta. Los asirios eran enemigos de Israel y habían cometido muchas atrocidades contra otros pueblos. Dios quería darles una oportunidad de arrepentirse y evitar la destrucción.
La misión de Jonás era muy difícil y peligrosa, pues implicaba ir al corazón del imperio enemigo y proclamar un mensaje de condenación. Además, Jonás no tenía ningún interés en que los ninivitas se salvaran, sino que deseaba su castigo. Por eso, en lugar de obedecer a Dios, Jonás decidió huir de él.
¿Cómo reaccionó Jonás?
Jonás se dirigió al puerto de Jope y se embarcó en una nave con destino a Tarsis, al oeste de Israel, en dirección opuesta a Nínive. Pensaba que así podría escapar de la presencia y la voluntad de Dios. Sin embargo, Dios no lo dejó ir tan fácilmente.
Dios envió un viento tempestuoso que amenazaba con hundir la nave. Los marineros se asustaron y clamaron a sus dioses por ayuda. También echaron suertes para saber quién era el culpable de la tormenta. La suerte cayó sobre Jonás, quien confesó que era un profeta hebreo que había desobedecido a Dios. Los marineros le preguntaron qué debían hacer para calmar el mar. Jonás les dijo que lo arrojaran al agua.
Los marineros intentaron remar hacia la costa, pero fue inútil. Finalmente, invocaron al Dios del profeta Jonás y lo lanzaron al mar. Inmediatamente, el mar se calmó y los marineros temieron a Dios y le ofrecieron sacrificios.
Pero Dios no abandonó a Jonás. Preparó un gran pez que se lo tragó y lo mantuvo vivo dentro de él durante tres días y tres noches. Allí, en las profundidades, Jonás oró a Dios y le agradeció por salvarlo. También le prometió cumplir su voto y obedecer su mandato. Entonces, Dios hizo que el pez vomitara a Jonás en tierra firme.
Dios le habló de nuevo al profeta Jonás, y le ordenó que fuera a Nínive. Esta vez, Jonás obedeció y se dirigió a la ciudad. Al llegar, comenzó a predicar el mensaje que Dios le había dado:
“Solo cuarenta días más, y Nínive será derribada”.
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¿Qué pasó en Nínive?
Para sorpresa de Jonás, los ninivitas creyeron en su predicación y se arrepintieron de sus malos caminos. Desde el rey hasta el más humilde, todos se vistieron de cilicio y ayunaron. El rey emitió un decreto para que todos clamaran a Dios y se apartaran de la violencia y la injusticia. Esperaban que así Dios se compadeciera de ellos y revocara su sentencia. Dios vio lo que hicieron los ninivitas y se arrepintió del mal que había pensado hacerles. Decidió no destruir la ciudad y perdonar a sus habitantes.
¿Cómo reaccionó Jonás?
Jonás no se alegró por la conversión de los ninivitas, sino que se enojó mucho con Dios. Le reprochó que fuera tan misericordioso y clemente con sus enemigos. Le dijo que por eso había huido al principio, porque sabía que Dios era bondadoso y compasivo. Le pidió que le quitara la vida, pues prefería morir antes que ver a Nínive perdonada.
Dios le preguntó a Jonás si hacía bien en enojarse. Luego, hizo crecer una planta sobre Jonás para darle sombra y aliviar su malestar. Jonás se alegró por la planta, pero al día siguiente Dios envió un gusano que la secó. También envió un viento solano que azotó a Jonás con calor. Jonás volvió a pedir la muerte.
Dios le dijo a Jonás que si él se compadecía de una planta que no había cultivado ni cuidado, ¿cuánto más no se compadecería él de una gran ciudad como Nínive, donde había más de ciento veinte mil personas que no sabían distinguir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales? Con esta pregunta termina el libro de Jonás, sin revelar la respuesta del profeta.
Conclusión
La historia de Jonás nos enseña varias lecciones sobre Dios y sobre nosotros mismos. Por un lado, nos muestra el amor y la misericordia de Dios hacia todos los pueblos, incluso los más pecadores y enemigos. Dios no quiere la muerte del impío, sino que se arrepienta y viva (Ezequiel 18:23). Dios es paciente y espera nuestra conversión (2 Pedro 3:9). Dios es soberano y puede cambiar sus planes según su voluntad (Jeremías 18:7-10).
Por otro lado, nos muestra la desobediencia y el egoísmo de los seres humanos, incluso de los profetas y los creyentes. Jonás representa nuestra resistencia a cumplir la voluntad de Dios cuando no coincide con la nuestra. Representa nuestra falta de amor y compasión por los demás, especialmente por los que consideramos diferentes o inferiores. Representa nuestra actitud de juzgar a Dios por sus acciones o decisiones.
Mira También¿Qué Significa Ser Sal De La Tierra Y Luz Del Mundo?La historia del profeta Jonás, nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con Dios y con nuestro prójimo. Nos insta a obedecer a Dios sin vacilar ni huir. También nos enseña que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, sin importar su origen o condición, además de confiar en la sabiduría y la bondad de Dios, sin cuestionar ni reprochar.
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